Un abril

Las nacientes del río, ahora un flujo de barro y veneno, es un recordatorio constante de la devastación que hemos permitido. La empresa minera, con su sed insaciable de ganancias, ha dejado una cicatriz en nuestra tierra, un daño que no puede ser reparado. Pero ese día, mi propia ceguera se desvaneció.
La indiferencia y la complacencia que me habían acompañado durante tanto tiempo se revelaron como una forma de complicidad con la destrucción. Me di cuenta de que el deterioro ambiental no es solo un problema ecológico, sino un reflejo de nuestra propia condición humana. La lucha que siguió fue intensa.
Hubo momentos de rabia, de miedo, de desesperanza. Pero también hubo momentos de unión, de solidaridad, de resistencia. Y en ese proceso, encontré una nueva forma de ver el mundo.
La Pachamama, la madre tierra, me enseñó que no somos dueños de la naturaleza, sino parte de ella. Que nuestra supervivencia depende de su salud y su bienestar. Y que la lucha por defenderla no es solo una lucha por el medio ambiente, sino por nuestra propia existencia.
En ese momento, comprendí que la verdadera devastación no era solo la del río, sino la de nuestra propia humanidad. La destrucción del medio ambiente es un espejo que refleja nuestra propia destrucción interior. Y es ahí donde comienza la verdadera lucha: en la búsqueda de un equilibrio entre nuestro ser y el mundo que nos rodea. Pero la resistencia no se detiene ahí.
La lucha es contra un sistema que prioriza las ganancias sobre la vida, que sacrifíca el futuro por el presente. Es contra una política que se vende al mejor postor, que ignora la voz de los pueblos y la sabiduría de la tierra. Es contra un tiempo que se mide en dinero y no en años de vida.
Y es ahí donde surge la crítica de que romantizamos la lucha. Pero ¿qué significa romantizar la lucha? ¿Es acaso un sentimiento de nostalgia por un pasado idealizado? ¿O es el reconocimiento de la belleza y la dignidad de la resistencia? Para algunos, la lucha es un tema de moda, un discurso vacío que se repite sin compromiso. Pero para aquellos que la vivimos, la lucha es un sentimiento que nos atraviesa, un dolor que nos une, una rabia que nos impulsa.
No es un romanticismo vacío, sino un reconocimiento de la complejidad y la profundidad de la experiencia humana. La lucha no es un espectáculo para ser consumido, sino una realidad que nos toca, que nos duele, que nos hace humanos.
Y es ahí donde me encuentro, en la trinchera de la resistencia, junto a aquellos que luchan por un mundo donde la naturaleza sea respetada, donde la justicia sea real y donde la vida sea el valor más preciado.
Ximena Sinchicay
Choya – 7 de Abril del 2025
