LEYENDA JAPONESA DEL CRISANTEMO

Por Mirtha Susana Rodriguez y Estela Casado
Había una vez una pareja en Japón que tenía un hijo de sólo dos anos. Una mañana el niño amaneció enfermo y sus padres lo llevaron a los médicos del pueblo, éstos le recetaron algunos remedios, pero el niño no mejoraba.
La madre desesperada veía como el niño perdía vitalidad, la fiebre seguía subiendo. Una amiga de la familia le recomendó ir a un anciano sabio que vivía a las afueras del pueblo y que se decía conocía todas las hierbas medicinales y los remedios requeridos para toda enfermedad.
Al día siguiente la madre salió en busca de aquél hombre dejando a su marido cuidando al niño. Después de recorrer horas, llegó hasta una pequeña casa dónde supuestamente vivía el anciano sabio y efectivamente un hombre con piel curtida por los años y una barba blanca salió a recibirla y sin siquiera presentarse le preguntó: dime mujer que has venido a buscar dónde este viejo.
La madre derramando una cortina de lágrimas le dijo: mi hijo está enfermo hace varios días y me han dicho que usted conoce los remedios para todas las enfermedades.
El viejo miró a la mujer y le dijo: te han dicho mal, Mujer. Yo no tengo el Don de curar a los enfermos, pero si tengo un Don único, puedo decir cuántos días va a vivir un ser humano. La mujer con tristeza reconoció que su hijo podía morir y aferrada a la esperanza le preguntó al viejo que cuántos serían esos días.
El viejo le dijo sólo la naturaleza lo puede decir. Ve inmediatamente al bosque y busca una flor amarilla, córtala y tráemela; pero te advierto que esa flor te dirá cuántos días vivirá tu hijo. Tu hijo vivirá los mismos días que los pétalos de la flor.
La mujer salió hacia el bosque y no bien entrado en el vio un arbusto con flores amarillas, al acercarse a ella con el corazón en lágrimas cortó una de las flores y con amargura contó que sólo tenía cuatro pétalos. Con dolor y rabia al saber que su hijo viviría sólo cuatro días más, comenzó a rasgar cada uno de los pétalos de la flor, cortándolos en finísimas tiras hasta que cada uno de los pétalos se dividieron en miles de pequeñísimas partes.
Cuando terminó de dividir los pétalos se dirigió dónde el anciano y este la recibió con una sonrisa cuando vio que la flor que tenía en sus manos la madre del niño.
El anciano le dijo: solamente una madre podría hacer un prodigio como éste. Como te lo había dicho esta flor que tienes en tu mano indicará cuántos días vivirá tu hijo. El vivirá miles y miles de días, se casará, tendrá muchos hijos,
Ahora lleva esta flor al campo y deposítala dónde la cortaste y ve a ver a tu hijo.
Cuando la mujer llegó a su casa encontró a su hijo recuperado jugando y durante muchos años la mujer esperó la oportunidad de visitar de nuevo al viejo. Un día pasó a visitarlo y su casa estaba rodeada de la misma flor que había cortado, pero cada una de ellas tenía miles y miles de pequeños pétalos y se dice que desde esa época LOS CRISANTEMOS tienen tantos pétalos que son imposibles de ser contados.
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