LEYENDA DEL ESPINILLO

Por Estela Casado y Mirtha Susana Rodriguez
Eireté era una joven india casada con Cuimbá, con quien vivió un corto tiempo de felicidad, pues su esposo perdió la vida en luchas tribales y ella quedó con un hijo de pocos meses.
Una tarde, salió a pasear con su bebé y se alejó demasiado, cuando, de pronto, escuchó el rugido de un yaguareté. A pesar del terror, tomó a su hijo en brazos y se internó en la vegetación intrincada y espesa.
Fue allí que Dios intervino, guiándola hacia un tupido monte de aromitos cuyas ramas se abrieron a su paso, para luego cerrarse profusamente, oponiendo tallos leñosos y hojas con espinas al camino de la fiera.
La ayuda de Dios continuó, pues ordenó al sol que ante la inminencia de la noche fría, dejara su calor en el follaje que la albergaba.
Así Eireté pudo pasar la noche con su hijo, llegando sanos y salvos a la tribu el día siguiente.
Desde entonces, en primavera, los rayos del sol duermen sobre los aromitos, quedando después en flores de color dorado.
